Un patio, que además de espacio de TRANSICIÓN, previo al ingreso en la Casa Velatorio del pueblo, se concibe como LUGAR de acompañamiento y reflexión, en contacto con el CIELO. Que brinde cierto grado de intimidad a la calle y que cada visitante dirija la mirada hacia arriba casi inevitablemente, como cuando ingresamos a la iglesia. En este caso no para ver frescos o cúpulas, sino para notar la ausencia, el VACÍO.
 

Miguel Ortego indaga en la materialización del vacío con el afán de dotarlo quizá de lo que más carece, su PESO. El VACÍO no pesa, pero sí tiene volumen. La caja hueca, desfasada y con su estructura oculta, se muestra sencillamente apoyada, complejizando la lectura de su estabilidad.
 

Esa cáscara como materia visible da forma a lo invisible. Contiene lo que no se ve, lo esencial... o quizá en el sentido inverso, el vacío como MATERIAL BRUTO genera el espacio y da forma simultáneamente.
 

En cuanto a la MATERIALIDAD se eligió el ladrillo común, producto local, que se sostiene por la presencia oculta de una estructura independiente de perfiles metálicos. Se conformaron variaciones de un mismo módulo de aparejo, dejando una cara lisa siempre al exterior, una con texturas y sombras al interior y otra con la ausencia de una unidad de ladrillo para ver a través. El suelo y las paredes existentes se revistieron con el mismo material, para lograr un espacio monótono en contraste con la vegetación próxima, generando una atmósfera con tres protagonistas: la luz, la sombra y el cielo.