Kéré & Kundoo
Diálogo
Madrid, España
El burkinés afincado en Berlín Francis Kéré y la arquitecta de origen indio Anupama Kundoo repasan las coincidencias de sus recorridos vitales, desde su formación hasta su práctica profesional. 

A continuación se recoge, extractado, el diálogo que, con ocasión de la muestra en el Museo ICO, mantuvieron en Madrid Francis Kéré y la arquitecta india Anupama Kundoo, cuya obra expresa una sensibilidad muy cercana a la del africano.

Anupama Kundoo: Hay algo que nunca te he preguntado. Tú y yo tenemos muchas cosas en común e incluso suelen agrupar nuestra obra en el mismo tipo de arquitectura, pero tenemos bastantes diferencias. Yo estudié en India y empecé a trabajar allí, con la educación que había recibido. Procedo de un barrio muy poblado de Bombay, aunque luego me trasladé a una zona rural donde, por necesidad, aprendí formas tradicionales de construcción, que respetaban los recursos locales. Después viajé a Alemania, donde empecé mi carrera académica y decidí hacer el doctorado. Tú, sin embargo, estudiaste en Alemania, por lo que debe haber una influencia germana en tu identidad africana. Puedo ver claramente tus raíces y emociones burkinesas, sobre todo por la forma en la que intentas ayudar a la comunidad de la que procedes, pero, ¿cómo es tu parte alemana?

Francis Kéré: En lo que a educación respecta, yo soy un arquitecto alemán, aunque inicialmente me trasladé a Berlín para aprender a ser carpintero, que era mi vocación, con la intención de volver a mi país y ayudar al desarrollo de la zona. Pero Burkina es demasiado seco, no hay madera ni carpintería, y la que hay es demasiado primitiva. Como no hay madera, no hay mobiliario de madera, y la gente no puede permitirse ese lujo. Por eso quise seguir aprendiendo y, como ya estaba en Alemania, empecé a pensar en cómo podía estudiar Arquitectura. Esto fue en 1989, justo antes de la caída del Muro. Yo tenía 18 años. Hice lo que en Alemania se llama Abitur, un grado escolar de cinco años, que compaginaba con el trabajo yendo a clases nocturnas todos los días.

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© Miguel Fernández-Galiano

AK: Eso es impresionante, me puedo imaginar la lucha que debió ser enfrentarte a un sistema tan diferente.

FK: Mucho. Libros y libros, y además estaba la lucha personal. En Burkina, mi familia esperaba que volviese con maletas llenas de dinero alemán —que no tenía— o con regalos; pero yo lo que quería era seguir acumulando conocimiento. De hecho, empecé a trabajar mientras estudiaba, y mis profesores no entendían por qué luchaba de esa manera: trabajando por el día y estudiando por la noche, pero siempre pensando en volver a África. Años después, cuando entré en la escuela de Arquitectura, empecé un proyecto para construir un colegio en mi propio país, y casualmente fueron mis antiguos profesores los primeros en ofrecer financiación. Así es como empieza la mayoría de las cosas.

AK: ¿Tu intención era volver?

FK: Mi propósito siempre fue volver a casa. Usaba Alemania como una plataforma para recaudar dinero y aprender. No quería trabajar en Europa, sólo quería volver a Burkina.

AK: Eso es muy interesante porque cuando nos conocimos y éramos colegas de departamento en la universidad de Berlín no sabíamos qué iba a ser de nuestro futuro, y entonces nunca pensé sobre nuestra identidad mestiza. Yo tengo hijos que son medio indios, medio españoles, y tú medio alemanes, medio burkineses. En ambos casos nuestra próxima generación será mixta y debemos pensar en nuestra identidad. Digo esto por encontrar hitos en nuestros viajes paralelos. Yo estudié en Bombay, y muy pronto terminé la carrera de arquitectura y monté mi propio estudio. En 1990 ya me había ido de Bombay y eso era muy raro en la India, que una mujer crease su propio estudio, que emprendiese algo por su cuenta y hasta que fuese en moto… Hice cosas que a la gente le parecían demasiado atrevidas, aunque nunca me preocupó demasiado su opinión. Siempre me vi como un espíritu libre. Pensaba que independientemente de lo que hiciese, por muy pequeño que fuera, incluso fumar un cigarrillo, me criticarían igualmente. Yo sabía que lo hacía como forma de desarrollo personal; quería ayudar a la sociedad y ser útil, y no tenía prisa por ser popular.

FK: Yo empecé a construir cuando aún era estudiante. No sentía que tuviera que esperar. Cuando me gradué, yo ya era arquitecto.

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AK: Te recuerdo como un Francis muy sencillo, de tu época pre-Aga Khan. ¿Cómo te afectó ese premio? Recibir tanta atención de golpe debió ser casi como una prueba, y un reto porque con el reconocimiento hay una carga asociada

FK: Cuando miro atrás me doy cuenta de que fue muy importante para mí ganar el Aga Khan. Hay gente que dice que los premios no sirven para nada, pero en mi caso no es verdad. Generó atención sobre mi trabajo y gracias a eso conozco a gente como Luis Fernández-Galiano, comisario de la exposición en la que nos encontramos. Después se convirtió en una responsabildad y mucha gente importante se acercaba a decirme que, si seguía luchando, podría ser el primer arquitecto que realmente trabajase con la gente. Me di cuenta de que era agradable oír lo que me decían, pero lo realmente importante era que mi obra fuese interesante, por lo que tenía que seguir trabajando. Y eso hice, seguí trabajando. Seguí luchando, pero sin duda el Aga Khan fue un buen empujón a mi carrera.

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AK: ¿Cuándo decidiste vivir en Alemania en lugar de volver?

FK: Nunca decidí, en realidad. Sigo yendo y viniendo. Cuando voy a Uagadugú voy a casa de mi hermano, donde vive mi madre. Él cuida de ella desde que mi padre murió. En nuestra aldea no es fácil mantener a gente mayor si la situación de la familia no es tradicional. Por tradición yo tendría que haberme quedado en casa y haber tenido un montón de niños, y haber cuidado de mi madre cuando mi padre falleció. Tengo hermanos, pero ellos tienen sus propias familias a las que cuidar. Cuando viajo a Burkina voy a ver a mi madre, es lo que necesito al llegar. Estoy media hora con ella, un rato muy intenso, luego me voy a trabajar, y vuelvo cada noche.

AK: Mi caso es similar. Poca gente sabe esto, pero mientras trabajaba mi madre se quedó paralítica y tuve que cuidar de ella. Por eso mi propia familia tardó muchos años en llegar. En nuestra cultura nosotros somos responsables de nuestros padres, es natural. Por eso, durante muchos años yo tuve esa ocupación y no viajé mucho. Estaba dedicada plenamente a mi madre, que me necesitaba para que la moviese en su silla de ruedas. Traje a mis padres a que se instalasen conmigo en casa y durante años me centré en ellos. Me había construido una casa que se hizo muy famosa –hasta el MoMA compró los dibujos y maquetas–. Era una casa muy abierta, los animales podían pasearse por dentro, y había un caballo que se metía en la casa y que se quedaba parado al lado de mi madre, recuerdo que era su momento favorito.

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FK: Me encanta esa historia. ¿Aún llevas a los estudiantes a India? ¿Cómo haces para financiar los proyectos?

AK: Es una buena pregunta. En realidad, mis proyectos se financian de forma diferente a los tuyos. Estoy haciendo varios proyectos sociales, pero no soy la única responsable de conseguir financiación, mientras que veo que tú siempre asumes la carga de hacerlo. Si se reúnen los fondos, lo hacemos, y llevo a los estudiantes conmigo. De hecho, existe la demanda, los estudiantes siempre quieren venir a India, y yo creo que se benefician mucho de ello. ¿Qué proyectos estás haciendo tú ahora?

FK: Tenemos muchas cosas en marcha, hasta en Estados Unidos. También estamos diseñando una especie de pabellón africano en Edmonton, Canadá. Y otros dos proyectos posibles, uno para la universidad y otro del que no puedo hablar hasta que no haya elecciones en Alemania, es para el Kunstareal.

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